Fue una tarde suave y
agradable. Hablamos como siempre de
muchas cosas, entre ellas de introducir algún cambio, si la ocasión lo requiriera,
o de rememorar a las que se van, como Lise London, la última brigadista, la
chica franco-española que enamoró a Arthur London y vivió con él una historia
más allá del amor y de la muerte, siguiendo juntos el ideal de rebeldía y
revolución que conmovió a una Europa desolada por el fascismo y la guerra. Lise
tenía 97 años y en la mesa de noche de la habitación del hospital en la que
pasó sus últimos días reposaba el ejemplar de El Quijote que le había regalado Santiago Carrillo hacía 76 años.
Alguien
propuso leer libros de mujeres, aunque no tuvieran una temática explícitamente feminista, lo que fue aceptado
sin problemas, y luego pasamos a discutir el
libro de Laura Freixas, Los otros
son más felices, donde la voz madura de una mujer española cuenta a una
amiga inglesa, conocida en la Costa Brava, el mundo que vivió cuando siendo una
adolescente de 14 años fue a pasar un verano a Barcelona, a la casa de unos
parientes catalanes, no conocidos personalmente pero adorados por su madre,
para quien representaban la quinta esencia de “savoir faire”, del estatus
económico y social y, por supuesto, eran el objeto del deseo inalcanzable. Fue
el año que conoció el mar.
Áurea, la
protagonista, va enlazando sus vivencias y recuerda la alegría casi infantil de
su madre, entonces una mujer joven, cuando los parientes catalanes solicitan
“una chacha del pueblo”. El pueblo es uno de tantos villorrios de La Mancha con
Iglesia, templete para la música, tabernas y fiestas de verano. Exportará
hombres a Alemania, para el trabajo en las fábricas, y mujeres para el servicio
doméstico a lo largo y ancho de la geografía española.
La madre de
Áurea sostiene que la relación con los parientes catalanes es a través de una
abuela nodriza, que amamantó al hijo de la señora burguesa y al suyo, creando,
según ese relato fantástico, una sólida y afectuosa relación familiar. Nada de
eso es real, pero no importa. Áurea lo descubrirá en su madurez, cuando asuma
tanto sus orígenes familiares como la relación de sumisión y servilismo con los
otros.
La temática
del libro nos abre las puertas a nuestro pasado inmediato, las últimas décadas
del franquismo, las primeras elecciones, la Constitución, la política, la
modernidad y la losa pesada que cayó sobre miles de españolas y españoles, que
ignoraban quiénes eran, de dónde venían, dónde estaba su familia y con quién en
la guerra civil, así como que antes hubo una República y un estado laico, y
existían el matrimonio civil y el divorcio.
Laura
Freixas relata magistralmente los recuerdos de la adolescente y el
desmoronamiento del mundo inexistente creado y recreado por su madre, una
campesina manchega con deseos de ascenso social, que sueña con el mundo maravilloso de las revistas, se tiñe de
platino y revolotea en torno a su marido, un hombre cansino que acabará huyendo
de casa sin dar explicaciones. Ambos padres reconducirán sus vidas y aunque
nunca volverán a encontrarse, Áurea será el nexo de unión con un pasado irreal
donde nadie era lo que decía ser.
Marina, Epi
y Circun forman una tríada de mujeres que marcan a Áurea en su relación con los
parientes catalanes y su visión del mundo. Epi es la sirvienta perfecta que su
madre envió a los “primos catalanes”, los cuales solicitaron otra Epi (Epifanía
del Señor) y nada mejor que enviarles a Circun (Circuncisión del Señor), que
saldrá “rana”.
Las dos
hermanas manchegas, la lista y la tonta, son un reflejo prístino de aquel país
negro y miserable. Epi desvalijará a su señora, en combinación con su novio,
chófer de la vieja dama, y vivirá como una rica burguesa, hablando catalán con
su hijo. Circun, devuelta al pueblo por torpe, al cabo de los años le contará
brutalmente a Áurea que su madre “fue criada en Madrid”, nada de dependienta de
perfumería.
Al lado de
estas dos mujeres está la figura de Marina, la bella, desenvuelta y divertida
pelirroja, que adrede ignora a Áurea, creando en la niña un mito que sólo se
romperá muchísimos años más tarde, cuando ambas en la medianía de la vida se
reencuentran en Madrid. Áurea divorciada, crítica y capaz, enfrenta su visión
cosmopolita del mundo con Marina, su vieja fantasía de modernidad y libertad,
convertida en la mantenida de un señor orondo y barrigón que le pone casa en La
Moraleja.
Aunque no
existe la más mínima relación con el libro de Juan Marsé Últimas tardes con Teresa, a mí en concreto se me produjo una
reacción de reconocimiento del texto, quizá porque ambos autores tocan muy
certeramente el entorno social de un país, que saltaría hecho pedazos (en
algunos de sus aspectos, no en todos) en el espacio de muy pocos años.
MONTSE